2
¿Qué me pasa?
Habían pasado aproximadamente tresmilseiscientascincuentaytres lunas desde el día en que los Petterson se despertaron para sacar las botellas de whisky y botar un cadáver al río y encontraron a su sobrino en la puerta de entrada, pero New Seminary no había cambiado en absoluto. El sol se elevaba en los mismos jardincitos, iluminaba los coches de los dueños de cas, iluminaba las joyas mal enterradas por los piratas y que nadie se había molestado en desenterrar, iluminaba el número 254 de latón sobre la puerta de los Petterson y avanzaba en su salón, que era casi exactamente el mismo que aquél donde el señor Petterson había oído las ominosas (¿?) noticias sobre los halcones nocturnos, una noche de hacía ochentaysietemilseiscientossetentaydos horas. Sólo las fotos de la repisa de la chimenea eran testimonio del tiempo que había pasado. Cincomillonesdoscientossesentamiltrescientosveinte horas antes, había una gran cantidad de retratos de lo que parecía una gran pelota rosada con gorros de diferentes colores, con la cual los Petterson se divertían mucho, y también de un cerdo chillón pequeño (Cebadilla), pero Cebadilla Petterson ya no era un niño pequeño, y en aquel momento las fotos mostraban a un chico grande y rubio montando su primera bicicleta, en un tiovivo en la feria (Pobre tío, debió haber quedado muerto después de ser montado por Cebadilla, ahora sería un tiomuerto... jajajaja... ¿Qué? ¿Qué pasa? Mejor me callo), jugando con su padre en el computador, besado y abrazado por su madre que en ese momento mostraba una mueca de asco vomitivo... La habitación no ofrecía señales de que allí viviera otro niño.
Sin embargo, Harry Potter estaba todavía allí, durmiendo en aquel momento, aunque no por mucho tiempo. Su tía Rosalía se había despertado y su voz chillona, junto con sus gritos histéricos y saltos desesperados, eran el primer ruido del día.
—¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!
Harry se despertó con un sobresalto. Su tía llamó otra vez a la puerta.
—¡Arriba! —chilló de nuevo. Harry oyó sus pasos en dirección a la cocina, y después el roce de la sartén contra el fogón. El niño se dio la vuelta y trató de recordar el sueño que había tenido. Había sido bonito(¡UY!). Había una lancha cuadrimotor que volaba. Tenía la curiosa sensación de que había soñado lo mismo anteriormente(obvio, voló en una, pero no tiene taaanta memoria, ni yo).
Su tía volvió a la puerta.
—¿Ya estás levantado? —quiso saber la muy intrusa.
—Casi —respondió Harry.
—Bueno, date prisa, quiero que vigiles la grasa frita en pan frito. Y no te atrevas a dejar que se queme. Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de Cebby (Cebadilla).
Harry gimió (UUUUUY).
—¿Qué has dicho? —gritó con ira de Carrie desde el otro lado de la puerta.
—Nada, nada...
El cumpleaños de Cebadilla... ¿cómo había podido olvidarlo? Harry se levantó lentamente y comenzó a buscar sus calcetines. Encontró un par debajo de la cama y, después de sacar una cucaracha mutante de uno, se los puso. Harry estaba acostumbrado a las cucarachas mutantes de otro universo, porque la pocilga que había debajo de las escaleras mecánicas estaba llena de ellas, y allí era donde dormía y a veces también iba al baño.
Cuando estuvo vestido salió al recibidor y entró en la cocina. La mesa estaba casi cubierta por los regalos de cumpleaños de Cebadilla. Parecía que éste había conseguido el computador nuevo que quería, por no mencionar el segundo televisor, la bicicleta de carreras y la temporada en video completa de Monty Python Flying Circus. La razón exacta por la que Cebadilla podía querer una bicicleta era un misterio para Harry, ya que Cebadilla estaba muy ceboso, obeso y gordo y aborrecía el ejercicio, excepto si conllevaba pegar a alguien, por supuesto. El saco de boxeo favorito de Cebadilla era Harry, que era como se llamaba en el gimnasio al que iba los sábados, además de Harry Potter pero no podía atraparlo muy a menudo. Aunque no lo parecía, Harry y Harry Potter eran muy rápidos.
Tal vez tenía algo que ver con eso de vivir en una oscura pocilga bajo una escalera mecánica, pero Harry había sido siempre flaco y muy bajo para su edad. Además, parecía más pequeño y enjuto de lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaba eran prendas viejas de Cebadilla (Ew), y su primo era veinticuatro veces más grande que él. Harry tenía un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo azul y ojos de color amarillo brillante. Llevaba gafas cuadradas siempre pegadas con cinta adhesiva marca Scotch Brite™, consecuencia de todas las veces que Cebadilla le había pegado en la nariz. La única cosa que a Harry le gustaba de su apariencia era aquella pequeña cicatriz en la frente, con la forma de una carita feliz. La tenía desde que podía acordarse, y lo primero que recordaba haber preguntado a su tía Rosalía era cómo se la había hecho.
—Con el cuchillo con el que el asesino que mató a tus padres a sangre fría con un ritual satánico —había dicho—. Y no hagas más preguntas tontas.
«No hagas más preguntas tontas»: ésa era la primera regla que se debía observar si se quería vivir una vida tranquila con los Petterson.
Tío Veneno entró a la cocina cuando Harry estaba dando la vuelta a la grasa frita en pan frito.
—¡Péinate! —bramó como saludo matinal.
Una vez por semana, tío Veneno miraba por encima de su periódico y gritaba que Harry necesitaba un corte y un tinte de pelo. A Harry le habían cortado y teñido más veces el pelo que al resto de los niños de su clase todos juntos, pero no servía para nada, pues su pelo seguía creciendo de aquella manera, por todos lados y el pelo volvía del lacónico negro teñido al azul fuerte que tanto le gustaba.
Harry estaba friendo los caracoles cuando Cebadilla llegó a la cocina con su madre. Cebadilla se parecía mucho a tío Veneno. Tenía una cara grande y rosada, poco cuello, ojos pequeños de un tono azul ¿patito?, y abundante pelo rubio que cubría su cabeza gorda. Tía Rosalía decía a menudo que Cebadilla parecía un angelito. Harry decía a menudo que Cebadilla parecía una ballena con peluca.
Harry puso sobre la mesa los platos con caracoles, pan y grasa frita, lo que era difícil porque había poco espacio. Entretanto, Cebadilla contaba sus regalos. Su cara se ensombreció(WOW).
—Quinientoscincuentayocho —dijo, mirando a su madre y a su padre—. Dos menos que el año pasado.
—Querido, no has contado el regalo de tía Squeak. Mira, está debajo de este enooorme de mamá y papá.
—Muy bien, Quinientoscincuentaynueve entonces —dijo Cebadilla, poniéndose rojo.
Harry; que podía ver venir un gran berrinche de Cebadilla, comenzó a comerse el apio que había escondido bajo su plato, lo más rápido posible, por si volcaba la mesa.
Tía Rosalía también sintió el peligro (una especie de temblor que remeció algunos cristales), porque dijo rápidamente:
—Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te parece, mi gordurita? Dos regalos más. ¿Está todo bien?
Cebadilla pensó durante un momento. Parecía un trabajo difícil para él, era lento. Por último, dijo lentamente.
—Entonces tendré quinientos… y quinientos y…
—Quinientos sesenta y uno, dulzura —dijo tía Rosalía.
—Oh —Cebadilla se dejó caer pesadamente en su silla, la cual crujió y se astilló, y cogió el regalo más cercano—. Entonces está bien.
Tío Veneno rió entre dientes, mostrando su lengua viperina.
—El pequeño tunante quiere que le den lo que vale, igual que su padre(Ja, ja pensar que en todos estos años no ha pasado de ser junior y nunca recibe lo que merece, ni aunque trabaje más que chino castor). ¡Bravo, Cebadilla! —dijo, y revolvió el pelo de su hijo, y luego limpiándose la mano en su chaqueta.
En aquel momento sonó el teléfono y tía Rosalía fue a cogerlo, mientras Harry y tío Veneno miraban a Cebadilla, que estaba desembalando la bicicleta de carreras, la filmadora(¿?), el submarino con control remoto, cuarenta juegos nuevos para el ordenador (entre los que se cuenta “Doom”, “Counter Strike”, “Los Sims”, y otras cosas anacrónicas) y un vídeo. Estaba rompiendo el envoltorio de un reloj de uranio, cuando tía Rosalía volvió, enfadada, dando slatos de ira y gritando, pero preocupada a la vez.
—Malas noticias, Veneno —dijo—. La señora Acigamyoson se ha fracturado una pierna. No puede cuidarlo. —Volvió la cabeza dando un último grito en dirección a Harry.
La boca de Cebadilla se abrió con horror (y dando horror, era horrible ver ahí dentro), pero el corazón de Harry dio un salto. Cada año, el día del cumpleaños de Cebadilla, sus padres lo llevaban con un amigo a pasar el día a un parque de atracciones, a comer hamburguesas o al cine. Cada año, Harry se quedaba con la señora Acigamyoson, una anciana loca y desquiciada que vivía a dos manzanas. Harry no podía soportar ir allí. Toda la casa olía a consultorio público y la señora Acigamyoson le hacía mirar las fotos de todos las iguanas gigantes que había tenido.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó tía Rosalía, mirando con ira a Harry como si él lo hubiera planeado todo. Harry sabía que debería sentir pena por la pierna de la señora Acigamyoson, pero no era fácil cuando recordaba que pasaría un año antes de tener que ver otra vez a Mostery, Chucky, el Señor LonchNess y Herbert.
—Podemos llamar a Squeak —sugirió tío Veneno.
—No seas tonto, Veneno, ella quiere matar al chico con la mafia irlandesa.
Los Petterson hablaban a menudo sobre Harry de aquella manera, como si no estuviera allí, o más bien como si pensaran que era tan tonto que no podía entenderlos, algo así como un aqueroso marciano mutante.
—¿Y qué me dices de... tu amiga... cómo se llama... Romualda?
—Está de vacaciones en Antofagasta —respondió enfadada tía Rosalía.
—Podéis dejarme aquí —sugirió esperanzado Harry. Podría ver lo que quisiera en la televisión, para variar, y tal vez incluso hasta jugaría Doom en el ordenador de Cebadilla.
Tía Rosalía lo miró como si se hubiera tragado un langostino agrio con limón y cáscara.
—¿Y volver y encontrar la casa en ruinas? —rezongó.
—No voy a quemar la casa —dijo Harry con tono casi inocentón, pero no le escucharon.
—Supongo que podemos llevarlo al restaurant —dijo en voz baja tía Rosalía—... y dejarlo en el coche, encerrado con las ventanas cerradas y sellado al vacío...
—El coche es nuevo, no se quedará allí solo...
Cebadilla comenzó a llorar a gritos. En realidad no lloraba, hacía años que no lloraba de verdad, pero sabía que, si retorcía la cara en 180 grados y gritaba hasta romper los vidrios, su madre le daría cualquier cosa que quisiera.
—Mi pequeñito Cebadilla no llores, mamá no dejará que él te estropee tu día especial —exclamó, abrazándolo.
—¡Yo... no... quiero... que... él venga! —exclamó Cebadilla entre fingidos gritos que desrozaban jarrones—. ¡Siempre lo estropea todo! —Le hizo una mueca burlona a Harry, desde los brazos de su madre.
Justo entonces, sonó el timbre de la puerta.
—¡Oh, Dios, ya están aquí! —dijo tía Rosalía en tono desesperado y, un momento más tarde, el mejor amigo de Cebadilla, Allan Dantonniontan, entró con su madre. Allan era un chico flacucho, comparado con Cebadilla, con cara de serpiente. Era el que, habitualmente, sujetaba los brazos de los chicos detrás de la espalda mientras Cebadilla les pegaba. Cebadilla suspendió su fingido estridente grito de inmediato.
Media hora más tarde, Harry, que no podía creer en su mala suerte, estaba sentado en la parte de atrás del coche de los Petterson, junto con Allan y Cebadilla, camino del restaurant por primera vez en su vida. A sus tíos no se les había ocurrido una idea mejor, pero antes de salir tío Veneno se llevó aparte a Harry.
—Te lo advierto —dijo, acercando su tomate grande y rojo a la cara de Harry—. Te estoy avisando ahora, chico: cualquier cosa rara, lo que sea, como hacer que un vidrio desparezca o hablar con serpientes, y te quedarás en la alacena hasta el 2018.
—No voy a hacer nada —dijo Harry—. De verdad...
Pero tío Veneno no le creía. Nadie lo hacía, que penita.
El problema era que, a menudo, ocurrían cosas extrañas cerca de Harry y no conseguía nada con decir a los Petterson que él no las causaba.
En una ocasión, tía Rosalía, cansada de que Harry volviera de la peluquería como si no hubiera ido, cogió un cuchillo de la cocina y le cortó el pelo casi al rape con espuma de afeitar, exceptuando el fletillo, perdón, flequillo, que le dejó «para ocultar la horrible cicatriz con forma de cara feliz». Cebadilla se rió como un tonto, burlándose de Harry, que pasó la noche sin dormir imaginando lo que pasaría en el colegio al día siguiente, donde ya se reían de su ropa holgada, sus gafas remendadas y su mal pase de fútbol. Sin embargo, a la mañana siguiente, descubrió al levantarse que su pelo estaba exactamente igual que antes de que su tía lo cortara. Como castigo, lo encerraron en la pocilga bajo la escalera mecánica durante una semana, aunque intentó decirles que no podía explicar cómo le había crecido tan deprisa el pelo, claro no era ma..., perdón.
Otra vez, tía Rosalia (todo ella) había tratado de meterlo dentro de un repugnante jersey viejo de Dudley (marrón, con manchas anaranjadas). Cuanto más intentaba pasárselo por la cabeza, más pequeña se volvía la prenda, hasta que finalmente le habría sentado como un dedal a un dedo, pero no a Harry. Tía Rosalía creyó que debía de haberse encogido al lavarlo y, para su gran alivio, Harry no fue castigado.
Por otra parte, había tenido un problema terrible cuando lo encontraron en el techo de la cocina del matadero de cerdos de la cuadra. El grupo de Cebadilla lo perseguía como de costumbre cuando, tanto para sorpresa de Harry como de los demás, se encontró sentado en la chimenea que olía a pezuñas y hocicos de cerdo. Los Petterson recibieron una carta amenazadora del director del matadero, diciéndoles que si ese niño andaba trepando por los techos del matdero otra vez a todos los iba a utilizar como jamón en la producción del mes siguiente. Pero lo único que trataba de hacer (como le gritó a tío Veneno a través de la puerta cerrada de la pocilga bajo la esclaera mecánica) fue saltar los grandes cubos que estaban detrás de la puerta del matadero. Harry suponía que el viento lo había levantado en medio de su salto (qué iluso).
Pero aquel día nada iba a salir mal. Incluso estaba bien pasar el día con Cebadilla y Allan si eso significaba no tener que estar en el colegio, en su pocilga bajo la escalera mecánica, o en el salón de la señora Acigamyoson, con su olor a consultorio público.
Mientras conducía, tío Veneno se quejaba a tía Rosalía. Le gustaba quejarse de muchas cosas. Harry, el gobierno socialista imperante en un tercio del mundo, Harry, el robo que le hacen a los ladrones como él y Harry eran algunos de sus temas favoritos. Aquella mañana le tocó a los lanchistas.
—... haciendo ruido como locos esos tipejos —dijo, mientras un auto con una lancha atrás los adelantaba.
—Tuve un sueño sobre una lancha —dijo Harry recordando de pronto—. Estaba volando.
Tío Veneno casi chocó con el coche que iba delante del suyo, provocándole un golpe en la mitad de su cabeza. Se dio la vuelta en el asiento y gritó a Harry:
—¡LAS LANCHAS NO VUELAN!
Su rostro era como una gigantesca remolacha asesina con bigotes.
Cebadilla y Allan se rieron disimuladamente.
—Ya sé que no lo hacen —dijo Harry—. Fue sólo un sueño, duh.
Pero deseó no haber dicho nada. Si había algo que desagradaba a los Peetterson aún más que las preguntas que Harry hacía y la leche en polvo, era que hablara de cualquier cosa que se comportara de forma indebida, no importa que fuera un sueño o un dibujo animado o una voz secreta que le hablara en clases y que le dijera que incendiara todo. Parecían pensar que podía llegar a tener ideas peligrosas, como esa.
Era un sábado muy soleado y el restaurant estaba repleto de familias. Los Petterson se acercaron a la entrada del restaurant, donde un mâitre francés con esmoquin estaba parado, esperandolos. En cuanto se acercaron, el mâitre los llevó adentro y antes de ponerlos en una mesa, les dio la bienvenida.
— Bonjour madame, bonjour messieur et bonjour enfants. Bienvenu á “Le Doré Truffe” Vous ici...?
Rápidamente el Tío Veneno habló un patético francés cacharreado:
— Nous somos les Petterson. Nous avez una reservación.
— ¡Ah! ¡Les Pettersons! Per ici, sil vous plait.
— Gratsie —dijo estúpidamente el Tío Veneno.
Los sentaron en una mesa con doble mantel en el que había cinco asientos, el mâitre le acomodó la silla a todos, incluso a Harry, que era la primera vez que se sentía bien atendido. Luego, el señor Petterson pidió el menú y pidió al mâitre el menú de cumpleaños para Cebadilla y Allan, el menú Ejecutivo para el Señor y Señora Petterson y el plato más barato para Harry.
Fue el mejor almuerzo que Harry había pasado en mucho tiempo. Tenía cuidado de no intrometerse en la conversación de los Dursley o con Cebadilla o Alan. El mâitre se les acercó y les dio a todos una entrada compuesta por jamón y ensaladas. Comieron, y cuando Cebadilla tuvo una rabieta porque su entrada tenía demasiada verdura, tío Vernon la dio una bofetada y Harry tuvo permiso para terminar la entrada de Cebadilla.
Más tarde, Harry pensó que debía haber sabido que aquello era demasiado bueno para durar.
Después de comer la entrada, el mâitre retiró los platos y trajo en poco tiempo la segunda entrada. En cuanto se acercó con la bandeja con los platos, el mâitre anunció con su voz afrancesada:
— Le Grosse Crevette très frais.
Y entregó a cada uno un plato con cinco langostinos rígidos por los hielos que los cubrían, pero que estaban vivos. El limón decorativo terminaba el espeluznante plato, era verdaderamente horrible, el los langostinos miraban fijamente a cada uno con sus ojos diminutos de marciano y sus antenas que parecían controlar la mente. El Señor y la Señora Petterson empezaron a comer rápidamente ante la asqueada mirada de Cebadilla. De repente, Cebadilla vió que uno se movió y dándole el plato a el Tío Veneno, le dijo:
—Haz que se mueva —le exigió a su padre.
Tío Veneno pinchó uno con un tenedor, pero el langostino no se movió.
—Hazlo de nuevo —ordenó Cebadilla.
Tío Vernon golpeó con el cuchillo, pero el animal siguió dormitando.
—Esto es aburrido —se quejó Cebadilla. Se paró de la mesa, arrastrando los pies, diciendo que iba al baño.
Harry miró su plato y miró intensamente al langostino. Si él hubiera estado allí encima, sin duda se habría muerto de aburrimiento (o siendo comido), siempre con la misma gente, salvo la de gente estúpida clavándole su tenedor o cuchillo todo el día. Era peor que tener por dormitorio una pocilga bajo la esclaera mecánica donde la única visitante era tía Rosalía, llamando a la puerta para despertarlo: al menos, él podía recorrer el resto de la casa.
Todos se levantaron de la mesa, salvo Harry, para buscar a Cebadilla. Harry seguía mirando fijamente el plato.
De pronto, el langostino estiró sus ojillos, pequeños y brillantes como cuentas. Lenta, muy lentamente, levantó la cabeza hasta que sus ojos estuvieron al nivel de los de Harry.
Guiñó un ojo y le sonrió.
Harry la miró fijamente. Luego echó rápidamente un vistazo a su alrededor, para ver si alguien lo observaba. Nadie le prestaba atención. Miró de nuevo al langostino y también le guiñó un ojo(Chick).
El langostino torció la cabeza hacia tío Veneno y Cebadilla, que había sido encontrado y estaba recibiendo una reprimenda, y luego levantó los ojos hacia el techo. Dirigió a Harry una mirada que decía claramente:
—Me pasa esto constantemente.
—Lo sé —murmuró Harry, aunque no estaba seguro de que el langostino pudiera oírlo—. Debe de ser realmente molesto.
El langostino asintió vigorosamente.
—A propósito, ¿de dónde vienes? —preguntó Harry.
El langostino levantó la cola hacia el menú que estaba encima de la mesa. Harry miró con curiosidad.
«Todos nuestros mariscos y langostinos son Chilenos.»
—¿Era bonito aquello?
El langostino volvió a señalar con la cola y Harry leyó en la letra chica en lo más bajo del menú: «Los langostinos son enviados apenas nacen hacia acá y son criados en nuestra fuente personal».
—Oh, ya veo. ¿Entonces nunca has estado en Chile?
Mientras el langostino negaba con la cabeza, un grito ensordecedor detrás de Harry los hizo saltar.
—¡CEBADILLA! ¡SEÑOR PETTERSON! ¡VENGAN A VER AL LANGOSTINO! ¡NO VAN A CREER LO QUE ESTÁ HACIENDO!
Cebadilla se acercó contoneándose, lo más rápido que pudo.
—Quita de en medio —dijo, golpeando a Harry en las costillas. Cogido por sorpresa, Harry cayó al suelo pulido del restaurant. Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que nadie supo cómo había pasado: Allan y Cebadilla estaban inclinados cerca del plato lleno de hielo, langostinos y limón, y al instante siguiente saltaron hacia atrás aullando de terror.
Harry se incorporó y se quedó boquiabierto: el hielo y el limón que encerraban a los langostinos había desaparecido. Los langostinos se había parado rápidamente y en aquel momento se agarrraban de las narices de Allan y Cebadilla, sacándoles sangre. Las personas que estaban en el restaurant gritaban y corrían hacia las salidas.
Mientras los langostinos le cortaban la nariz a Cebadilla, el langostino con quien había estado hablando se le acercó, Harry habría podido jurar que una voz baja y crujiente decía:
—Chile, allá voy... Gracias, amigo.
El mâitre se encontraba totalmente conmocionado.
—Mais... et le galce? —repetía—. Où est le glace.
El director del restaurant en persona preparó una taza de té fuerte y dulce para tía Rosalía, mientras se disculpaba una y otra vez. Allan y Cebadilla no dejaban de quejarse por sus narices cortadas. Por lo que Harry había visto, los langostinos no habían hecho más que un tirón, pero cuando volvieron al asiento trasero del coche de tío Veneno con sus narices compuestas, Cebadilla les contó que casi lo había mordido en la pierna (IDIOTA), mientras Allan juraba que había intentado estrangularlo(MÁS AÚN). Pero lo peor, para Harry al menos, fue cuando Allan se calmó y pudo decir:
—Harry le estaba hablando. ¿Verdad, Harry?
Tío Veneno esperó hasta que Allan se hubo marchado, antes de enfrentarse con Harry. Estaba tan enfadado que casi no podía hablar.
—Ve... pocilga bajo la escalera mecánica... quédate... no hay comida —pudo decir, antes de desplomarse en una silla. Tía Rosalía tuvo que servirle una copa de whisky con leche.
Mucho más tarde, Harry estaba acostado en su pocilga bajo la esclaera mecánica oscura, deseando tener un reloj y salir de ahí. No sabía qué hora era y no podía estar seguro de que los Petterson estuvieran dormidos. Hasta que lo estuvieran, no podía arriesgarse a ir a la cocina a buscar algo de comer, pobeshitooo.
Había vivido con los Petterson casi diez años, diez años desgraciados, hasta donde podía acordarse, desde que era un niño pequeño y sus padres habían muerto en un asesinato por parte de un psicópata. No podía recordar haber estado con el psicópata cuando sus padres murieron. Algunas veces, cuando forzaba su memoria durante las largas horas en su pocilga bajom la esclaera mecánica, tenía una extraña visión, un relámpago cegador de luz rosa y un dolor como el de una quemadura en su frente. Aquello debía de ser el asesino, suponía, aunque no podía imaginar de dónde procedía la luz rosa. Y no podía recordar nada de sus padres. Sus tíos nunca hablaban de ellos y, por supuesto, tenía prohibido hacer preguntas. Tampoco había fotos de ellos en la casa.
Cuando era más pequeño, Harry soñaba una y otra vez que algún pariente desconocido iba a buscarlo para llevárselo, pero eso nunca sucedió: los Petterson eran su única familia. Pero a veces pensaba (tal vez era más bien que lo deseaba) que había personas desconocidas que se comportaban como si lo conocieran. Eran desconocidos muy extraños. Un hombrecito con un sombrero verse con rojo lo había saludado, cuando estaba de compras con tía Rosalía y Cebadilla Después de preguntarle con ira de Lucifer si conocía al hombre, tía Rosalía se los había llevado de la tienda, sin comprar nada. Una mujer anciana con aspecto estrafalario, toda vestida de magenta, también lo había saludado alegremente en un ¿obús?. Un hombre calvo, con un abrigo largo, color calipso, le había estrechado la mano en la calle y se había alejado sin decir una palabra. Lo más raro de toda aquella gente era la forma en que parecían desaparecer (¡Whoaaaa!) en el momento en que Harry trataba de acercarse.
En el colegio, Harry no tenía amigos. Todos sabían que el grupo de Cebadilla odiaba a aquel extraño Harry Potter, con su ropa vieja y holgada y sus gafas rotas, y a nadie le gustaba estar en contra de la banda de Cebadilla, slavo El Padrino.
¿Qué me pasa?
Habían pasado aproximadamente tresmilseiscientascincuentaytres lunas desde el día en que los Petterson se despertaron para sacar las botellas de whisky y botar un cadáver al río y encontraron a su sobrino en la puerta de entrada, pero New Seminary no había cambiado en absoluto. El sol se elevaba en los mismos jardincitos, iluminaba los coches de los dueños de cas, iluminaba las joyas mal enterradas por los piratas y que nadie se había molestado en desenterrar, iluminaba el número 254 de latón sobre la puerta de los Petterson y avanzaba en su salón, que era casi exactamente el mismo que aquél donde el señor Petterson había oído las ominosas (¿?) noticias sobre los halcones nocturnos, una noche de hacía ochentaysietemilseiscientossetentaydos horas. Sólo las fotos de la repisa de la chimenea eran testimonio del tiempo que había pasado. Cincomillonesdoscientossesentamiltrescientosveinte horas antes, había una gran cantidad de retratos de lo que parecía una gran pelota rosada con gorros de diferentes colores, con la cual los Petterson se divertían mucho, y también de un cerdo chillón pequeño (Cebadilla), pero Cebadilla Petterson ya no era un niño pequeño, y en aquel momento las fotos mostraban a un chico grande y rubio montando su primera bicicleta, en un tiovivo en la feria (Pobre tío, debió haber quedado muerto después de ser montado por Cebadilla, ahora sería un tiomuerto... jajajaja... ¿Qué? ¿Qué pasa? Mejor me callo), jugando con su padre en el computador, besado y abrazado por su madre que en ese momento mostraba una mueca de asco vomitivo... La habitación no ofrecía señales de que allí viviera otro niño.
Sin embargo, Harry Potter estaba todavía allí, durmiendo en aquel momento, aunque no por mucho tiempo. Su tía Rosalía se había despertado y su voz chillona, junto con sus gritos histéricos y saltos desesperados, eran el primer ruido del día.
—¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!
Harry se despertó con un sobresalto. Su tía llamó otra vez a la puerta.
—¡Arriba! —chilló de nuevo. Harry oyó sus pasos en dirección a la cocina, y después el roce de la sartén contra el fogón. El niño se dio la vuelta y trató de recordar el sueño que había tenido. Había sido bonito(¡UY!). Había una lancha cuadrimotor que volaba. Tenía la curiosa sensación de que había soñado lo mismo anteriormente(obvio, voló en una, pero no tiene taaanta memoria, ni yo).
Su tía volvió a la puerta.
—¿Ya estás levantado? —quiso saber la muy intrusa.
—Casi —respondió Harry.
—Bueno, date prisa, quiero que vigiles la grasa frita en pan frito. Y no te atrevas a dejar que se queme. Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de Cebby (Cebadilla).
Harry gimió (UUUUUY).
—¿Qué has dicho? —gritó con ira de Carrie desde el otro lado de la puerta.
—Nada, nada...
El cumpleaños de Cebadilla... ¿cómo había podido olvidarlo? Harry se levantó lentamente y comenzó a buscar sus calcetines. Encontró un par debajo de la cama y, después de sacar una cucaracha mutante de uno, se los puso. Harry estaba acostumbrado a las cucarachas mutantes de otro universo, porque la pocilga que había debajo de las escaleras mecánicas estaba llena de ellas, y allí era donde dormía y a veces también iba al baño.
Cuando estuvo vestido salió al recibidor y entró en la cocina. La mesa estaba casi cubierta por los regalos de cumpleaños de Cebadilla. Parecía que éste había conseguido el computador nuevo que quería, por no mencionar el segundo televisor, la bicicleta de carreras y la temporada en video completa de Monty Python Flying Circus. La razón exacta por la que Cebadilla podía querer una bicicleta era un misterio para Harry, ya que Cebadilla estaba muy ceboso, obeso y gordo y aborrecía el ejercicio, excepto si conllevaba pegar a alguien, por supuesto. El saco de boxeo favorito de Cebadilla era Harry, que era como se llamaba en el gimnasio al que iba los sábados, además de Harry Potter pero no podía atraparlo muy a menudo. Aunque no lo parecía, Harry y Harry Potter eran muy rápidos.
Tal vez tenía algo que ver con eso de vivir en una oscura pocilga bajo una escalera mecánica, pero Harry había sido siempre flaco y muy bajo para su edad. Además, parecía más pequeño y enjuto de lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaba eran prendas viejas de Cebadilla (Ew), y su primo era veinticuatro veces más grande que él. Harry tenía un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo azul y ojos de color amarillo brillante. Llevaba gafas cuadradas siempre pegadas con cinta adhesiva marca Scotch Brite™, consecuencia de todas las veces que Cebadilla le había pegado en la nariz. La única cosa que a Harry le gustaba de su apariencia era aquella pequeña cicatriz en la frente, con la forma de una carita feliz. La tenía desde que podía acordarse, y lo primero que recordaba haber preguntado a su tía Rosalía era cómo se la había hecho.
—Con el cuchillo con el que el asesino que mató a tus padres a sangre fría con un ritual satánico —había dicho—. Y no hagas más preguntas tontas.
«No hagas más preguntas tontas»: ésa era la primera regla que se debía observar si se quería vivir una vida tranquila con los Petterson.
Tío Veneno entró a la cocina cuando Harry estaba dando la vuelta a la grasa frita en pan frito.
—¡Péinate! —bramó como saludo matinal.
Una vez por semana, tío Veneno miraba por encima de su periódico y gritaba que Harry necesitaba un corte y un tinte de pelo. A Harry le habían cortado y teñido más veces el pelo que al resto de los niños de su clase todos juntos, pero no servía para nada, pues su pelo seguía creciendo de aquella manera, por todos lados y el pelo volvía del lacónico negro teñido al azul fuerte que tanto le gustaba.
Harry estaba friendo los caracoles cuando Cebadilla llegó a la cocina con su madre. Cebadilla se parecía mucho a tío Veneno. Tenía una cara grande y rosada, poco cuello, ojos pequeños de un tono azul ¿patito?, y abundante pelo rubio que cubría su cabeza gorda. Tía Rosalía decía a menudo que Cebadilla parecía un angelito. Harry decía a menudo que Cebadilla parecía una ballena con peluca.
Harry puso sobre la mesa los platos con caracoles, pan y grasa frita, lo que era difícil porque había poco espacio. Entretanto, Cebadilla contaba sus regalos. Su cara se ensombreció(WOW).
—Quinientoscincuentayocho —dijo, mirando a su madre y a su padre—. Dos menos que el año pasado.
—Querido, no has contado el regalo de tía Squeak. Mira, está debajo de este enooorme de mamá y papá.
—Muy bien, Quinientoscincuentaynueve entonces —dijo Cebadilla, poniéndose rojo.
Harry; que podía ver venir un gran berrinche de Cebadilla, comenzó a comerse el apio que había escondido bajo su plato, lo más rápido posible, por si volcaba la mesa.
Tía Rosalía también sintió el peligro (una especie de temblor que remeció algunos cristales), porque dijo rápidamente:
—Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te parece, mi gordurita? Dos regalos más. ¿Está todo bien?
Cebadilla pensó durante un momento. Parecía un trabajo difícil para él, era lento. Por último, dijo lentamente.
—Entonces tendré quinientos… y quinientos y…
—Quinientos sesenta y uno, dulzura —dijo tía Rosalía.
—Oh —Cebadilla se dejó caer pesadamente en su silla, la cual crujió y se astilló, y cogió el regalo más cercano—. Entonces está bien.
Tío Veneno rió entre dientes, mostrando su lengua viperina.
—El pequeño tunante quiere que le den lo que vale, igual que su padre(Ja, ja pensar que en todos estos años no ha pasado de ser junior y nunca recibe lo que merece, ni aunque trabaje más que chino castor). ¡Bravo, Cebadilla! —dijo, y revolvió el pelo de su hijo, y luego limpiándose la mano en su chaqueta.
En aquel momento sonó el teléfono y tía Rosalía fue a cogerlo, mientras Harry y tío Veneno miraban a Cebadilla, que estaba desembalando la bicicleta de carreras, la filmadora(¿?), el submarino con control remoto, cuarenta juegos nuevos para el ordenador (entre los que se cuenta “Doom”, “Counter Strike”, “Los Sims”, y otras cosas anacrónicas) y un vídeo. Estaba rompiendo el envoltorio de un reloj de uranio, cuando tía Rosalía volvió, enfadada, dando slatos de ira y gritando, pero preocupada a la vez.
—Malas noticias, Veneno —dijo—. La señora Acigamyoson se ha fracturado una pierna. No puede cuidarlo. —Volvió la cabeza dando un último grito en dirección a Harry.
La boca de Cebadilla se abrió con horror (y dando horror, era horrible ver ahí dentro), pero el corazón de Harry dio un salto. Cada año, el día del cumpleaños de Cebadilla, sus padres lo llevaban con un amigo a pasar el día a un parque de atracciones, a comer hamburguesas o al cine. Cada año, Harry se quedaba con la señora Acigamyoson, una anciana loca y desquiciada que vivía a dos manzanas. Harry no podía soportar ir allí. Toda la casa olía a consultorio público y la señora Acigamyoson le hacía mirar las fotos de todos las iguanas gigantes que había tenido.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó tía Rosalía, mirando con ira a Harry como si él lo hubiera planeado todo. Harry sabía que debería sentir pena por la pierna de la señora Acigamyoson, pero no era fácil cuando recordaba que pasaría un año antes de tener que ver otra vez a Mostery, Chucky, el Señor LonchNess y Herbert.
—Podemos llamar a Squeak —sugirió tío Veneno.
—No seas tonto, Veneno, ella quiere matar al chico con la mafia irlandesa.
Los Petterson hablaban a menudo sobre Harry de aquella manera, como si no estuviera allí, o más bien como si pensaran que era tan tonto que no podía entenderlos, algo así como un aqueroso marciano mutante.
—¿Y qué me dices de... tu amiga... cómo se llama... Romualda?
—Está de vacaciones en Antofagasta —respondió enfadada tía Rosalía.
—Podéis dejarme aquí —sugirió esperanzado Harry. Podría ver lo que quisiera en la televisión, para variar, y tal vez incluso hasta jugaría Doom en el ordenador de Cebadilla.
Tía Rosalía lo miró como si se hubiera tragado un langostino agrio con limón y cáscara.
—¿Y volver y encontrar la casa en ruinas? —rezongó.
—No voy a quemar la casa —dijo Harry con tono casi inocentón, pero no le escucharon.
—Supongo que podemos llevarlo al restaurant —dijo en voz baja tía Rosalía—... y dejarlo en el coche, encerrado con las ventanas cerradas y sellado al vacío...
—El coche es nuevo, no se quedará allí solo...
Cebadilla comenzó a llorar a gritos. En realidad no lloraba, hacía años que no lloraba de verdad, pero sabía que, si retorcía la cara en 180 grados y gritaba hasta romper los vidrios, su madre le daría cualquier cosa que quisiera.
—Mi pequeñito Cebadilla no llores, mamá no dejará que él te estropee tu día especial —exclamó, abrazándolo.
—¡Yo... no... quiero... que... él venga! —exclamó Cebadilla entre fingidos gritos que desrozaban jarrones—. ¡Siempre lo estropea todo! —Le hizo una mueca burlona a Harry, desde los brazos de su madre.
Justo entonces, sonó el timbre de la puerta.
—¡Oh, Dios, ya están aquí! —dijo tía Rosalía en tono desesperado y, un momento más tarde, el mejor amigo de Cebadilla, Allan Dantonniontan, entró con su madre. Allan era un chico flacucho, comparado con Cebadilla, con cara de serpiente. Era el que, habitualmente, sujetaba los brazos de los chicos detrás de la espalda mientras Cebadilla les pegaba. Cebadilla suspendió su fingido estridente grito de inmediato.
Media hora más tarde, Harry, que no podía creer en su mala suerte, estaba sentado en la parte de atrás del coche de los Petterson, junto con Allan y Cebadilla, camino del restaurant por primera vez en su vida. A sus tíos no se les había ocurrido una idea mejor, pero antes de salir tío Veneno se llevó aparte a Harry.
—Te lo advierto —dijo, acercando su tomate grande y rojo a la cara de Harry—. Te estoy avisando ahora, chico: cualquier cosa rara, lo que sea, como hacer que un vidrio desparezca o hablar con serpientes, y te quedarás en la alacena hasta el 2018.
—No voy a hacer nada —dijo Harry—. De verdad...
Pero tío Veneno no le creía. Nadie lo hacía, que penita.
El problema era que, a menudo, ocurrían cosas extrañas cerca de Harry y no conseguía nada con decir a los Petterson que él no las causaba.
En una ocasión, tía Rosalía, cansada de que Harry volviera de la peluquería como si no hubiera ido, cogió un cuchillo de la cocina y le cortó el pelo casi al rape con espuma de afeitar, exceptuando el fletillo, perdón, flequillo, que le dejó «para ocultar la horrible cicatriz con forma de cara feliz». Cebadilla se rió como un tonto, burlándose de Harry, que pasó la noche sin dormir imaginando lo que pasaría en el colegio al día siguiente, donde ya se reían de su ropa holgada, sus gafas remendadas y su mal pase de fútbol. Sin embargo, a la mañana siguiente, descubrió al levantarse que su pelo estaba exactamente igual que antes de que su tía lo cortara. Como castigo, lo encerraron en la pocilga bajo la escalera mecánica durante una semana, aunque intentó decirles que no podía explicar cómo le había crecido tan deprisa el pelo, claro no era ma..., perdón.
Otra vez, tía Rosalia (todo ella) había tratado de meterlo dentro de un repugnante jersey viejo de Dudley (marrón, con manchas anaranjadas). Cuanto más intentaba pasárselo por la cabeza, más pequeña se volvía la prenda, hasta que finalmente le habría sentado como un dedal a un dedo, pero no a Harry. Tía Rosalía creyó que debía de haberse encogido al lavarlo y, para su gran alivio, Harry no fue castigado.
Por otra parte, había tenido un problema terrible cuando lo encontraron en el techo de la cocina del matadero de cerdos de la cuadra. El grupo de Cebadilla lo perseguía como de costumbre cuando, tanto para sorpresa de Harry como de los demás, se encontró sentado en la chimenea que olía a pezuñas y hocicos de cerdo. Los Petterson recibieron una carta amenazadora del director del matadero, diciéndoles que si ese niño andaba trepando por los techos del matdero otra vez a todos los iba a utilizar como jamón en la producción del mes siguiente. Pero lo único que trataba de hacer (como le gritó a tío Veneno a través de la puerta cerrada de la pocilga bajo la esclaera mecánica) fue saltar los grandes cubos que estaban detrás de la puerta del matadero. Harry suponía que el viento lo había levantado en medio de su salto (qué iluso).
Pero aquel día nada iba a salir mal. Incluso estaba bien pasar el día con Cebadilla y Allan si eso significaba no tener que estar en el colegio, en su pocilga bajo la escalera mecánica, o en el salón de la señora Acigamyoson, con su olor a consultorio público.
Mientras conducía, tío Veneno se quejaba a tía Rosalía. Le gustaba quejarse de muchas cosas. Harry, el gobierno socialista imperante en un tercio del mundo, Harry, el robo que le hacen a los ladrones como él y Harry eran algunos de sus temas favoritos. Aquella mañana le tocó a los lanchistas.
—... haciendo ruido como locos esos tipejos —dijo, mientras un auto con una lancha atrás los adelantaba.
—Tuve un sueño sobre una lancha —dijo Harry recordando de pronto—. Estaba volando.
Tío Veneno casi chocó con el coche que iba delante del suyo, provocándole un golpe en la mitad de su cabeza. Se dio la vuelta en el asiento y gritó a Harry:
—¡LAS LANCHAS NO VUELAN!
Su rostro era como una gigantesca remolacha asesina con bigotes.
Cebadilla y Allan se rieron disimuladamente.
—Ya sé que no lo hacen —dijo Harry—. Fue sólo un sueño, duh.
Pero deseó no haber dicho nada. Si había algo que desagradaba a los Peetterson aún más que las preguntas que Harry hacía y la leche en polvo, era que hablara de cualquier cosa que se comportara de forma indebida, no importa que fuera un sueño o un dibujo animado o una voz secreta que le hablara en clases y que le dijera que incendiara todo. Parecían pensar que podía llegar a tener ideas peligrosas, como esa.
Era un sábado muy soleado y el restaurant estaba repleto de familias. Los Petterson se acercaron a la entrada del restaurant, donde un mâitre francés con esmoquin estaba parado, esperandolos. En cuanto se acercaron, el mâitre los llevó adentro y antes de ponerlos en una mesa, les dio la bienvenida.
— Bonjour madame, bonjour messieur et bonjour enfants. Bienvenu á “Le Doré Truffe” Vous ici...?
Rápidamente el Tío Veneno habló un patético francés cacharreado:
— Nous somos les Petterson. Nous avez una reservación.
— ¡Ah! ¡Les Pettersons! Per ici, sil vous plait.
— Gratsie —dijo estúpidamente el Tío Veneno.
Los sentaron en una mesa con doble mantel en el que había cinco asientos, el mâitre le acomodó la silla a todos, incluso a Harry, que era la primera vez que se sentía bien atendido. Luego, el señor Petterson pidió el menú y pidió al mâitre el menú de cumpleaños para Cebadilla y Allan, el menú Ejecutivo para el Señor y Señora Petterson y el plato más barato para Harry.
Fue el mejor almuerzo que Harry había pasado en mucho tiempo. Tenía cuidado de no intrometerse en la conversación de los Dursley o con Cebadilla o Alan. El mâitre se les acercó y les dio a todos una entrada compuesta por jamón y ensaladas. Comieron, y cuando Cebadilla tuvo una rabieta porque su entrada tenía demasiada verdura, tío Vernon la dio una bofetada y Harry tuvo permiso para terminar la entrada de Cebadilla.
Más tarde, Harry pensó que debía haber sabido que aquello era demasiado bueno para durar.
Después de comer la entrada, el mâitre retiró los platos y trajo en poco tiempo la segunda entrada. En cuanto se acercó con la bandeja con los platos, el mâitre anunció con su voz afrancesada:
— Le Grosse Crevette très frais.
Y entregó a cada uno un plato con cinco langostinos rígidos por los hielos que los cubrían, pero que estaban vivos. El limón decorativo terminaba el espeluznante plato, era verdaderamente horrible, el los langostinos miraban fijamente a cada uno con sus ojos diminutos de marciano y sus antenas que parecían controlar la mente. El Señor y la Señora Petterson empezaron a comer rápidamente ante la asqueada mirada de Cebadilla. De repente, Cebadilla vió que uno se movió y dándole el plato a el Tío Veneno, le dijo:
—Haz que se mueva —le exigió a su padre.
Tío Veneno pinchó uno con un tenedor, pero el langostino no se movió.
—Hazlo de nuevo —ordenó Cebadilla.
Tío Vernon golpeó con el cuchillo, pero el animal siguió dormitando.
—Esto es aburrido —se quejó Cebadilla. Se paró de la mesa, arrastrando los pies, diciendo que iba al baño.
Harry miró su plato y miró intensamente al langostino. Si él hubiera estado allí encima, sin duda se habría muerto de aburrimiento (o siendo comido), siempre con la misma gente, salvo la de gente estúpida clavándole su tenedor o cuchillo todo el día. Era peor que tener por dormitorio una pocilga bajo la esclaera mecánica donde la única visitante era tía Rosalía, llamando a la puerta para despertarlo: al menos, él podía recorrer el resto de la casa.
Todos se levantaron de la mesa, salvo Harry, para buscar a Cebadilla. Harry seguía mirando fijamente el plato.
De pronto, el langostino estiró sus ojillos, pequeños y brillantes como cuentas. Lenta, muy lentamente, levantó la cabeza hasta que sus ojos estuvieron al nivel de los de Harry.
Guiñó un ojo y le sonrió.
Harry la miró fijamente. Luego echó rápidamente un vistazo a su alrededor, para ver si alguien lo observaba. Nadie le prestaba atención. Miró de nuevo al langostino y también le guiñó un ojo(Chick).
El langostino torció la cabeza hacia tío Veneno y Cebadilla, que había sido encontrado y estaba recibiendo una reprimenda, y luego levantó los ojos hacia el techo. Dirigió a Harry una mirada que decía claramente:
—Me pasa esto constantemente.
—Lo sé —murmuró Harry, aunque no estaba seguro de que el langostino pudiera oírlo—. Debe de ser realmente molesto.
El langostino asintió vigorosamente.
—A propósito, ¿de dónde vienes? —preguntó Harry.
El langostino levantó la cola hacia el menú que estaba encima de la mesa. Harry miró con curiosidad.
«Todos nuestros mariscos y langostinos son Chilenos.»
—¿Era bonito aquello?
El langostino volvió a señalar con la cola y Harry leyó en la letra chica en lo más bajo del menú: «Los langostinos son enviados apenas nacen hacia acá y son criados en nuestra fuente personal».
—Oh, ya veo. ¿Entonces nunca has estado en Chile?
Mientras el langostino negaba con la cabeza, un grito ensordecedor detrás de Harry los hizo saltar.
—¡CEBADILLA! ¡SEÑOR PETTERSON! ¡VENGAN A VER AL LANGOSTINO! ¡NO VAN A CREER LO QUE ESTÁ HACIENDO!
Cebadilla se acercó contoneándose, lo más rápido que pudo.
—Quita de en medio —dijo, golpeando a Harry en las costillas. Cogido por sorpresa, Harry cayó al suelo pulido del restaurant. Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que nadie supo cómo había pasado: Allan y Cebadilla estaban inclinados cerca del plato lleno de hielo, langostinos y limón, y al instante siguiente saltaron hacia atrás aullando de terror.
Harry se incorporó y se quedó boquiabierto: el hielo y el limón que encerraban a los langostinos había desaparecido. Los langostinos se había parado rápidamente y en aquel momento se agarrraban de las narices de Allan y Cebadilla, sacándoles sangre. Las personas que estaban en el restaurant gritaban y corrían hacia las salidas.
Mientras los langostinos le cortaban la nariz a Cebadilla, el langostino con quien había estado hablando se le acercó, Harry habría podido jurar que una voz baja y crujiente decía:
—Chile, allá voy... Gracias, amigo.
El mâitre se encontraba totalmente conmocionado.
—Mais... et le galce? —repetía—. Où est le glace.
El director del restaurant en persona preparó una taza de té fuerte y dulce para tía Rosalía, mientras se disculpaba una y otra vez. Allan y Cebadilla no dejaban de quejarse por sus narices cortadas. Por lo que Harry había visto, los langostinos no habían hecho más que un tirón, pero cuando volvieron al asiento trasero del coche de tío Veneno con sus narices compuestas, Cebadilla les contó que casi lo había mordido en la pierna (IDIOTA), mientras Allan juraba que había intentado estrangularlo(MÁS AÚN). Pero lo peor, para Harry al menos, fue cuando Allan se calmó y pudo decir:
—Harry le estaba hablando. ¿Verdad, Harry?
Tío Veneno esperó hasta que Allan se hubo marchado, antes de enfrentarse con Harry. Estaba tan enfadado que casi no podía hablar.
—Ve... pocilga bajo la escalera mecánica... quédate... no hay comida —pudo decir, antes de desplomarse en una silla. Tía Rosalía tuvo que servirle una copa de whisky con leche.
Mucho más tarde, Harry estaba acostado en su pocilga bajo la esclaera mecánica oscura, deseando tener un reloj y salir de ahí. No sabía qué hora era y no podía estar seguro de que los Petterson estuvieran dormidos. Hasta que lo estuvieran, no podía arriesgarse a ir a la cocina a buscar algo de comer, pobeshitooo.
Había vivido con los Petterson casi diez años, diez años desgraciados, hasta donde podía acordarse, desde que era un niño pequeño y sus padres habían muerto en un asesinato por parte de un psicópata. No podía recordar haber estado con el psicópata cuando sus padres murieron. Algunas veces, cuando forzaba su memoria durante las largas horas en su pocilga bajom la esclaera mecánica, tenía una extraña visión, un relámpago cegador de luz rosa y un dolor como el de una quemadura en su frente. Aquello debía de ser el asesino, suponía, aunque no podía imaginar de dónde procedía la luz rosa. Y no podía recordar nada de sus padres. Sus tíos nunca hablaban de ellos y, por supuesto, tenía prohibido hacer preguntas. Tampoco había fotos de ellos en la casa.
Cuando era más pequeño, Harry soñaba una y otra vez que algún pariente desconocido iba a buscarlo para llevárselo, pero eso nunca sucedió: los Petterson eran su única familia. Pero a veces pensaba (tal vez era más bien que lo deseaba) que había personas desconocidas que se comportaban como si lo conocieran. Eran desconocidos muy extraños. Un hombrecito con un sombrero verse con rojo lo había saludado, cuando estaba de compras con tía Rosalía y Cebadilla Después de preguntarle con ira de Lucifer si conocía al hombre, tía Rosalía se los había llevado de la tienda, sin comprar nada. Una mujer anciana con aspecto estrafalario, toda vestida de magenta, también lo había saludado alegremente en un ¿obús?. Un hombre calvo, con un abrigo largo, color calipso, le había estrechado la mano en la calle y se había alejado sin decir una palabra. Lo más raro de toda aquella gente era la forma en que parecían desaparecer (¡Whoaaaa!) en el momento en que Harry trataba de acercarse.
En el colegio, Harry no tenía amigos. Todos sabían que el grupo de Cebadilla odiaba a aquel extraño Harry Potter, con su ropa vieja y holgada y sus gafas rotas, y a nadie le gustaba estar en contra de la banda de Cebadilla, slavo El Padrino.
No comments:
Post a Comment